Hilo de Tanza es, ante todo, un modo de ser, de sentir y de vivir. Aquí tienen cabida la pesca de altura y la de bajura: los deseos, las opiniones, las críticas y los sueños de quienes no hallamos un mejor modo de darlos a conocer. Quizá encuentres tu lugar en este océano de voces.

miércoles, 3 de agosto de 2011

CRÍA CUERVOS



 


Todo empieza cuando, aun en el seno materno, se nos ocurre estimular sus sentidos poniéndoles música clásica. A partir de ahí, comienza una larga y ardua carrera en pos de no se sabe muy bien qué.

Vienen al mundo entre un sinfín de discusiones y decisiones: parto natural o anestesia epidural, nombre exótico o tradicional, minicuna o cuna clásica, lactancia materna, combinada, artificial...pero en cuanto se acaban los meses de permiso por maternidad nuestra gran preocupación es con quién se va a quedar: los sufridores abuelos o la guardería. Mientras tanto, las ojerosas madres se regalan sesiones extra de ejercicios para reaparecer en su mundo como si nada hubiera pasado y tener un hijo se pareciese al esfuerzo de haber expulsado un mal gas intestinal.

Pronto surgen nuevas preocupaciones: seguir estimulando sus pequeños cerebros en formación con una ingente cantidad de actividades, sonidos, imágenes, tactos... para que coja gusto por los libros, equilibrio, para que acepte nuevos sabores, para que tenga fuerza en los pies, en las manos, para que aprenda los colores,  a nadar, a tocar un instrumento, a hablar, a caminar, a... lo antes posible, lo mejor posible. ¡Dios mío! Nos hemos olvidado que estamos frente a un bebé, un ser humano pequeñito, no una colección de videos caseros y fotos en todas las posturas.

Algo más tarde comienza la etapa de las guerras: la guerra del pañal, la guerra del chupete, la guerra del cambio a la cama y la guerra de la alimentación sólida. A estas alturas hemos perdido tantas energías enseñando chorradas, achuchando y tirando del raciocinio de nuestros inocentes infantes, que nos encontramos en un momento de disimulado cansancio. Abordamos estas tareas con cierta desgana. Muchas veces mentimos al vecino y al pediatra, puede que hasta a la abuela. Pero todo acaba yendo horriblemente mal. Nuestro engendro no cumple los plazos establecidos por algún sesudo al  que debieron haber castrado antes de dejar descendencia. Se hace pis y caca, solo prueba lo que le da la gana, no duerme sin el chupete, se estrella en el pasillo cada vez que se echa a andar... etapa de la frustración.

Es entonces cuando los sufridos padres, que tienen obligaciones como el levantarse cada día a las siete, deciden que lo mejor es delegar. Aquí entra la nani, la guardería o nuevamente los sufridos abuelos. Mal que bien, cada uno a su ritmo (quien piense otra cosa está apañado) van evolucionando y convirtiéndose en niños en edad escolar, ¡todo un chollo!

Ya no hay necesidad de seguir educándoles, pues ¿para qué está el colegio?

El colegio. Ese maravilloso ente al que entregamos promesas de gamberros y nos devuelve hombres y mujeres de provecho. Se acabaron los sinsabores y todo devenir y circunstancia se aplaza hasta nuevo aviso. Eso sí, de vez en cuando es preciso mentir a la maestra sobre las normas de nuestro hogar o las conversaciones que tenemos con nuestro precioso ejemplar de homo sapiens en miniatura. Pero lo peor ya ha pasado, especialmente si el centro escolar cuenta con comedor y actividades en las que tener entretenida a la criaturita el tiempo suficiente... ¿suficiente...??? Tal vez resultaría mejor algo más de caña, hay demasiadas vacaciones, y los fines de semana se pone insoportable... Más y más actividades extra, casa de los abuelos el finde,  campamentos en verano, videoconsolas, parques temáticos del desatino, guarderías de la responsabilidad, percheros circunstanciales de las obligaciones.

Cualquier día nos damos cuenta de que hay un perfecto desconocido que vive en nuestra casa y casi no opina, solamente pide dinero para saciar sus múltiples necesidades. Apenas demuestra afecto hacia nada de lo que lo rodea. Vegeta entre muebles juveniles y pantallas, tiene amigos (¿?) a los que no conocemos y experiencias que ni imaginamos. Nos mira con una mezcla de desazón y desprecio y estamos seguros de que no tendrá ningún reparo en dejarnos en la estacada si alguna vez nos constituimos en un estorbo para sus planes. Porque sí, tiene planes, oscuros planes que nublarán nuestro futuro, secretos planes anidados en lo más profundo de su alma.

Entonces llegará la gran pregunta: ¿qué hemos hecho mal?

Volvamos a empezar. Me refiero a la música clásica en el seno materno. Aclaremos nuestras ideas. Un hijo es una persona. Y un reto. Una asignatura difícil. Una pasión. No somos nosotros, ni los otros. Es él, o ella, ante un mundo cambiante. Asumirlo es costoso, complicado, comprometido y la aventura más grande a la que nadie pueda enfrentarse.


Siempre habrá criadores de cuervos y  quien prefiera al bebé indefenso, al muñeco imberbe de necesidades primarias, mientras se repite, indolente, que le encantan los niños. Pero yo soy un cardo borriquero y más bien me preocupa poder asumir mi papel con un mínimo de decencia. No me enternezco ni me salen ampollas por ver a un churumbel en su capazo. No me deshago en halagos edulcorados con lazos y puntillas. Me gusta que crezcan y verles crecer, hacerse hombres y mujeres, sin perderme lo importante, permaneciendo a su lado e intentando conocer al ser humano que llevan dentro. Todo un camino pedregoso, tal y como van las cosas.