Hilo de Tanza es, ante todo, un modo de ser, de sentir y de vivir. Aquí tienen cabida la pesca de altura y la de bajura: los deseos, las opiniones, las críticas y los sueños de quienes no hallamos un mejor modo de darlos a conocer. Quizá encuentres tu lugar en este océano de voces.

domingo, 22 de noviembre de 2015

EL QUINTO JINETE





El quinto jinete galopó hacia el oeste. Su aliento, frío y pútrido, olía a pólvora y a especias, a té y a petróleo. Bajo su sombra cayeron las almas inocentes de aquellos que esperaban ver alzarse el sol de otro sábado amable. No hubo después, solamente un ahora ahogado en preguntas angustiosas, el resplandor, el estruendo, el vacío.

El noveno ángel rompió su sello. Sobre la tierra estéril llovió fuego. Cayeron inertes mil almas. Pequeñas manos, blancas manos, blancos velos entre los encalados muros. Nuevamente el resplandor, el estruendo y el vacío.


Jaque mate. El tablero del mundo gira. Los peones cobran nuevas posiciones. El jinete toma su caballo. La reina viste alas de ángel caído. Apenas tiemblan sus gestos. Silencio cómplice, penumbra y planos de un prohibido paraiso.

jueves, 30 de julio de 2015

JARDÍN SECRETO








MUACS, MUACS. Otro par de insípidos besos en ambos perfiles, con sabor a maquillaje, a aftershave o a barba de tres días; con olor a langostino, a tapa de bar cutre, a tabaco, a imitación de perfume caro...Baile y cortejo de socialización bien entendida, de exquisita educación que ofrece sus mejillas, con refinada delicadeza, al amago del beso imperceptible, al vago asomo de un tembloroso labio que susurra la intención de ser breve e impreciso, acaso solamente una insinuación de lo que podría haber sido y no fue. Un saludo. Una presentación. Un gesto de cortés hipocresía.

No me gustan este tipo de besos. No entiendo su puesta en escena , ni su forma, ni  su cometido. Son una suerte de escuálidos esqueletos del afecto, destinados, como Sísifo, a ir y venir eternamente sin propósito claro, salvo el de introducirte en un círculo vital, en una conversación entre desconocidos, que, por arte de magia, dejan de serlo. ¿Y qué decir de los tan célebres besuqueos del reencuentro? Aun con dolor de tripas, te ves obligado a sonreír y acercar los mofletes. No te atrevas a desafiar la autoridad de lo socialmente correcto si no deseas pasar, en un suspiro, a la ruda orilla de los  amotinados antisistema, raros, y demás calaña.

Insisto. No es que no me gusten los besos, me refiero únicamente a ese concreto tipo. Pobrecitos ellos, los de verdad. Los hemos desvirtuado hasta convertirlos en una mueca deformada, en una fea artimaña para romper el hielo, en un paisaje de dientes y frases sin alma.
Yo no beso, doy la mano, siempre y cuando no la tenga sucia u ocupada. A veces la izquierda y, a veces, la derecha, por eso que dicen de la lateralidad cruzada, pero sin malas intenciones, que, después de todo, es lo que cuenta. Las muestras afectivas las reservo para la intimidad, allí donde tienen pleno sentido y menos barreras. Beso a mi perro, con toda el alma, porque sabe que lo quiero como él a mi, sin condiciones. Beso a mis seres queridos con besos únicos, enormes, ruidosos, atemporales. Lo hago cuando lo deseo, cuando me da la gana, cuando lo necesito o cuando lo necesitan, no cada vez que me los encuentro en la calle o  les hago una visita. Abrazo, largamente, a todos los que anhelo mantener cerca de mi corazón, porque hay pocas cosas que digan tanto como un abrazo, pocas cosas tan certeras, eficaces, expresivas.
En un abrazo eterno, de esos que pocas veces me regala la vida, puede comprenderse lo incomprensible, rozarse las almas, hablar cara a cara los sentimientos, desprovistos de palabras y espejismos. En un beso de verdad fluye energía, se acortan las distancias, respira el ser auténtico que llevamos dentro. Cuando es así, todo cobra sentido.
Recuerdo besos y abrazos irrepetibles, vestidos de islas brumosas, de espera en hospitales, de reencuentros imposibles en el umbral de la cocina, de regresos al hogar. Tal vez haya olvidado otros, que pasean en silencio por el País de los Momentos Perdidos.


Ahora es vuestro turno, queridos seres complacientes con el mundo y con las circunstancias. Haced y disponed lo que tengáis a bien, sea cual sea el olor o el tacto. Respetad las reglas con todas sus variantes y a conveniencia, como quien pide unas tapas en el chiringuito de la esquina. Sin embargo, no me califiquéis como rebelde. No os atrincheréis tras los modales con fingidas sonrisas que ocultan podredumbre y desafíos. Mi mundo es sencillo y directo. Si saludo, tiendo mi mano, pero el jardín secreto requiere pasaporte.

sábado, 11 de abril de 2015

SUEÑO DE UNA NOCHE DE VERANO





A veces, la vida te regala sueños. Hay que ser cauto con ellos, porque, aunque inconsistentes y volubles, son capaces de mover montañas, de resucitar cadáveres o de propulsarnos a la velocidad de la luz.
Los sueños anidan en un medio hostil, perseguidos y castigados por la cruda realidad (que viene a ser algo similar a la Santa Inquisición) y alimentados por el viento de la esperanza (que presta fuerza a sus frágiles velas). Así sobreviven, van creciendo o extinguiéndose, rimando con la verdad o el disparate.
Hace unas semanas, visitó nuestro centro escolar un soñador, frutero de profesión y arqueólogo de alma. La sencillez y la claridad suelen hacer honor a las mentes mejor amuebladas, al contrario que la grandilocuencia y la fanfarronería, siempre en boca de los mediocres. Resulta muy gratificante poder contar con ejemplos vivos que abran los ojos de nuestros futuros hombres y mujeres, personas capaces de perder su tiempo y su gasolina sembrando interés por nuestra historia, por nuestro patrimonio, por nuestra identidad, en definitiva.
Hoy, que casi todos pertenecemos (al menos, por momentos) al Club del Adoquín, nos emperramos en continuar circulando en la misma dirección dentro de un callejón sin salida, se nos meten entre ceja y ceja mil ideas absurdas, nos cuadramos y arrodillamos ante una sociedad ególatra. Es el reino mítico del dime cuánto ganas y te diré quién eres.
Precisamos, más que nunca, de ejemplos que demuestren que el saber, el conocimiento y la ciencia, tienen un valor por sí mismos, lejos de los mercados, el dólar o el euro. Existe un sentido en todo lo que nos rodea, un motivo y un hilo conductor, que no desvelaremos con clases de economía en las que nos alertan de las artimañas capitalistas. Mientras nuestros hijos las sufren y la ignorancia paterna se congratula, el lupanar macroeconómico se guarda un as en la manga, las supuestas democracias no levantan un dedo para crear leyes en las que se proteja al ciudadano de a pie y los bien cebados corruptos se parten de risa.

Sueños. Lo que necesitamos son más sueños, alas para nuestros pies y para nuestra mente, perlas en medio de la piara de cerdos. El mundo, devoto de San Avaro, construye autopistas y vías rápidas arrasando patrimonio, los chimpines se cargan petroglifos y las termitas se dan un festín de lujo con nuestros retablos. ¡Que viva la globalización!

Son las ilusiones, los deseos y hasta las debilidades los que nos hacen más humanos, y, al tiempo, más sabios.  Eres tú, es la utopía, son los momentos irrepetibles. Podría ser una mañana en la escuela en la que alguien nos abre los ojos a la riqueza que nos rodea. Podría ser un atardecer de verano en Mogor, el justo instante en el que el agua, el cielo y la piedra comparten un mismo espacio.

jueves, 19 de febrero de 2015

LO CONTRARIO DE VIVIR

Resultado de imagen de rio verdugo



La pasada mañana me despertó el canto de un pájaro en el jardín trasero. Me gusta preparar despacito el café y salir al exterior en pijama, con el pelo revuelto, para escuchar el murmullo del río. Debería prohibirse comenzar el día de otro modo. Era miércoles.
Curiosamente, los Miércoles de Ceniza me saben siempre a promesas, a tiempo robado, a nuevos comienzos. Traen aromas a té verde y a hierba recién cortada, zumbidos en el aire, que, aunque fresco todavía, va dejando paso a la primavera.
Por fin hay luz al final del túnel. La oscuridad va cediendo dentro y fuera de nosotros.
Hubo un tiempo en que los recuerdos tenían nombre y fecha. Hoy conservo una orgía de números y ocasiones carentes de significado, como si, después de rasgar el exquisito envoltorio de un regalo, encontrases una caja vacía. El tiempo y las circunstancias van haciendo mella en los archivos del sistema, pero, en ocasiones, brillan pequeñas chispas en las que volvemos a encontrarnos.
Ojalá la vida os haya tratado bien. Ojalá no sea necesario más que la placidez de un día despejado para revivir. Ojalá podáis compartir conmigo la certeza de que, como suena en mi pequeño equipo de música, lo contrario de vivir es no arriesgarse.

sábado, 24 de enero de 2015

LA PERLA NEGRA


       Soplan vientos nuevos, vientos tropicales y cálidos, vigorosos vientos del este que alejan las nubes de un cielo encapotado. Lo que, en principio, era una brisa refrescante se está convirtiendo en un verdadero ciclón que arrasa con las estructuras carcomidas de un mundo demasiado viejo y demasiado podrido.
      Y es que mañana Grecia celebra elecciones mientras los cadáveres de los Padres de la sacrosanta Europa se revuelven en sus tumbas, mientras los bien amañados partidos de las seudo-democracias se comportan como la niña de El Exorcista a la vista de un crucifijo, mientras se emperran en meternos miedo con el Hombre del Saco.
        Los votantes del PP son como La Perla Negra. Aparecen sin preaviso y arrasan, pero, cuando las cosas comienzan a pintar mal, se esfuman como si jamás hubiesen existido, volviendo a las profundidades de un insondable abismo desde donde esperan escrutando el horizonte. A su mando, un mítico Capitán Barbossa dirije a su hueste de muertos y corruptos, de fantasmas y fanfarrones que buscan hacerse con un ínfimo pedacito de tesoro...
       Ayer mismo se reunieron los Pepeístas, al calor del fuego de las mayorías, despeinados por el vendaval los unos y espumando por la boca los otros. Solamente les queda disfrazar a José Mª Aznar de Santa Rita, patrona de los imposibles, y llevarlo en procesión recorriendo la geografía nacional, acompañado de  Mª Dolores de Cospedal vestida de mantilla. ¡Vaya espectáculo! Tuvieron hasta que desenterrar a alguna que otra víctima del terrorismo para arengar a sus ejércitos. Otros cadáveres llevan descansando casi ochenta años en fosas comunes y parece casi un insulto nombrarles.
       No tengo yo madera de quemaiglesias  ni de nada parecido, pero ya está bien de asustarnos con el Diablo Rojo. Esas cosas las estudié en el colegio, en el instituto y en la universidad .Siempre me resultaron el colmo de la estupidez. También lo son los radicalismos injustificados o las alternancias al estilo Cánovas-Sagasta, tan célebres en la historia de este desventurado país, y de las que parecemos no librarnos jamás.
       Lo que sucede es que somos muchos los que estamos hartos de toda esta farsa, los que no albergamos esperanzas de que las cosas cambien. Sabemos muy bien que lo que se hace a mayores es dar una capa de pintura para tapar las carencias, pero no se ataca al núcleo de la podredumbre. Somos conocedores de que la igualdad ante la ley, los derechos constitucionales y el supuesto estado de bienestar son las drogas con las que adormecen nuestros sentidos para que no veamos las cadenas que nos atan. No sé si PODEMOS librarnos de las mentiras, pero sí que DEBEMOS.
       La casta política, que existe del mismo modo que los agujeros negros ( no somos capaces de verlos pero notamos sus efectos), anda revuelta . Debe ser como el gallinero que presiente la llegada del zorro y empieza a cacarear desordenadamente, mientras unos animales se pisan a otros buscando salvación. En Europa reina el caos ante la duda de si la enorme tómbola, que se han montado unos pocos, sobrevivirá mucho más tiempo. Veremos que pasa.
       Esta tarde, a muchos kilómetros de distancia del Egeo y  de sus aguas tintadas de añil, de la Acrópolis vestida de novia, sueño con un futuro en el que sea posible albergar esperanzas, en el que recuperemos la ilusión y la fe en el ser humano, en el que podamos criar a nuestros hijos sin miedo y con verdad. ¿Por qué no aventurarnos? Algunas cosas ya se han perdido, pero tal vez existan  alternativas nuevas , miradas nuevas en las que encontrarnos. Hace no tanto tiempo, también el Atlántico estaba repleto de monstruos.

                                                      Kali-Nykta, Onira-Glyka.

viernes, 2 de enero de 2015

LA SONRISA DE MONA LISA






Reconozco que soy un tanto rara, ya me aburro hasta de escucharlo. A veces divago, me pierdo en particularísimas filosofías,  deambulo por las calles más seria que una patata, sueño despierta o pongo los pies en polvorosa cuando algo empieza a olerme a chamusquina. Es defecto de fabricación. Contra eso no hay antídoto.

Aun así, las pasadas fiestas me hice la firme promesa de no caer en el desánimo, de modo que, en cuanto sonaron las apocalípticas trompetas de la cuenta atrás para compras y demás vicisitudes, salté al asfalto armada de humor, motivación y Mastercard.

La primera dificultad consistía en encontrar algo que guardase relación, por remota que ésta pudiera ser, con la idea original que saltaba del lóbulo derecho al lóbulo izquierdo de mi cerebro. Ilusa de mi. Tiendas y más tiendas de cadena, mercadillos de artículos inverosímiles clonados en China. ¡Vaya!

Segundo asalto, el más penoso. Una interminable cola repleta de sufridores y sufridoras, mercancía en mano, esperando paciente y resignadamente a que un par de señoritas uniformadas con la camiseta del establecimiento se dignasen (sí, sí, SE DIGNASEN) a mal empaquetar las prendas. Toda su atención y palabrería se derramaban vía whatsapp hacia desconocidos destinos, envueltas en un celofán de risitas y comentarios pijos. El resto del mundo no existía. La clientela era una anécdota irrelevante.

Bien, lo cierto es que dejé sobre un mostrador lo que había tardado media hora en seleccionar y salí por la puerta con un par de nubes tormentosas rondando mi cabeza. Lo siento. Tenía que haber hecho caso a mis instintos y comenzar a balar vehementemente  en la cola mientras animaba al resto del personal a seguirme. Solo me faltó el canto de un duro. A la siguiente va.

Ya de vuelta , conduciendo hacia mi refugio, una retahíla de pequeñas y molestas dudas, como si de la mosca de la col se tratase, comenzaron a taladrarme las entendederas. Porque algo hemos hecho mal, amigos. Algo se nos ha ido de las manos y estamos recogiendo una cosecha ruinosa.

Aquellas jovenzuelas que trabajaban, probablemente, por dos euros y un cheque regalo en la tienda mencionada, las mismas que no saben hablar si no teclean compulsivamente, son hijas y nietas de alguien.

Y ahora llega la gran pregunta: ¿de quién? Pues de madres, padres y abuelos como los míos, los mismos que a base de sacrificios subvencionaron los estudios de sus hijos para que tuviesen una vida menos ingrata, los mismos que mimaron y malcriaron a los hijos de sus hijos haciéndoles creer que por saber presionar un botón del mando a distancia eran el súmmum de la sabiduría. Bufff.

Si, algo hemos hecho mal, y , probablemente, sigamos haciéndolo. Hoy por hoy, prefiero charlar con los abuelos de mis alumnos y alumnas. Son, por lo general, más receptivos, mejor educados, reconocen más fácilmente los logros y las dificultades de los chavales y ven el mundo a través de un cristal menos enturbiado. Me encuentro en el mercado, en las calles, en los jardines, con mujeres como mi propia madre, las verdaderas heroínas de este país, a las que cualquier monumento se les queda pequeño. Cruzan, casi invisibles, entre los bárbaros de veintipocos años, con una extraña sonrisa convertida en mueca, no se sabe si irónica o triste. Dieron a entender a sus propios vástagos la supuesta pequeñez de sus conocimientos y éstos creyeron a pies juntillas que eran los reyes del mambo. Nunca resultaron lo suficientemente inteligentes como para percatarse de que la sabiduría no está en los estudios ni en las licenciaturas, en el carné de conducir, el ordenador o el móvil. Tal vez, como reza la canción, en las cenizas del fracaso, en el pensar sin intermediarios, en el asumir el papel propio y ajeno y en el exquisito arte de diferenciar lo accesorio de lo verdaderamente importante.

Tenemos un grave problema. No hemos puesto en valor la inteligencia más instintiva que esgrimieron nuestros antecesores, supervivientes de una posguerra , una transición y un mundo abocado a la catástrofe nuclear. Nos creemos más listos con el coco recalentado después de ocho millones de horas sin despegarnos de cualquier pantalla. Nuestros dedos se mueven con inusual agilidad al contemplar un teclado. No sabemos enseñar lo importante, lo básico, lo humano, el único rasgo que nos hace dignos de caminar sobre esta tierra.

Las plagas devoran nuestra improvisada plantación de promesas de futuro. Las nuevas generaciones se ríen en las barbas de sus mayores mientras, con los treinta ya cumplidos, siguen creyendo en el Ratocito Pérez. Menudo despropósito.

Continúo conduciendo y mi rumbo se detiene unos minutos frente a un paisaje solitario. Bajo del coche, porque soy rara, divago y me pierdo en mis pensamientos. Camino un rato sobre la arena. Observo brevemente mi rostro en el retrovisor y sonrío sin ganas, como Mona Lisa.