Hilo de Tanza es, ante todo, un modo de ser, de sentir y de vivir. Aquí tienen cabida la pesca de altura y la de bajura: los deseos, las opiniones, las críticas y los sueños de quienes no hallamos un mejor modo de darlos a conocer. Quizá encuentres tu lugar en este océano de voces.

jueves, 9 de abril de 2020

PANDEMIA

El colectivo vecinal del casco urge al Concello a actuar sobre las ...



Una gaviota me observa, desconcertada. Posada en su estrado, situado en lo alto de la farola, se acurruca con inquietud. Hace tiempo que han cerrado las terrazas y escasea la gente en las inmediaciones del parque, tan concurrido semanas atrás. Desde allí mismo, solía trazar milimétricamente su mapa de ruta para adueñarse de los pinchos abandonados sobre las mesas o los pedazos de bocadillos que la desidia infantil desperdigaba. Ahora, incomodada y rabiosa, se dedica a picotear entre el césped húmedo y es probable que esté pensando en regresar a la costa y pescar, algo que su abuela y la abuela de su abuela hacían hasta que llegó el tiempo de la abundancia y el colesterol, de bollos, empanadas y chorizo de Pamplona con pan. La pobre no entiende por qué han mudado las costumbres repentinamente y toda su seguridad urbana se ha ido a tomar viento fresco. Nadie lo entiende, en realidad.
Cada tarde escucha como los humanos asoman el pico desde los agujeros practicados en el hormigón de sus colonias y baten palmas, aletean y graznan en una suerte de ruidosa algarabía. Una especie de ritual macabro que va parejo al abandono de ciudades y complacientes espacios de reposo y pitanza, despensa y maná para las aves.
Todas esas novedades van dando vueltas y más vueltas en su pequeño y avispado cerebro, sin que consiga encontrar solución al rompecabezas.
En un instante, una lucecita se enciende y hace brillar sus redondos ojos amarillos.

         - Es sólo cuestión de tiempo- se dice con convicción-. Ellos también tendrán que irse y aprender a buscar alimento. Cuando cambien más cosas y sea difícil hallar algo que comer, dejarán de aplaudir y vociferar ruidosamente para no ahuyentar al pescado. Se sentirán desorientados. Tendrán que huir de las colonias y acostumbrarse a una vida que ni recuerdan. Se acabará la alegría y la calma, los planes de ataque para apoderase de los oportunos restos dejados por los turistas. Deberán empezar de nuevo. Y eso no va a ser fácil para nadie.

Tras un rato, me mira fijamente y sale volando, probablemente hacia las playas.
Siento envidia. El horizonte está muy rojo y ya ha transcurrido un día más de arresto domiciliario sin pena ni gloria, contemplando como las cifras bailan en los informativos, arañando la pared y con un olor a lejía que no consigo sacarme de las fosas nasales.
Empiezo a ser consciente de que la estabulación del ganado no es una buena alternativa.