Seguimos aquí, muchos o demasiados.
No nos ha ahogado un
tsunami. No nos han sepultado cientos de terremotos. No nos han invadido los
alienígenas. No han estallado las centrales nucleares ni se han caído las
estrellas del cielo. Pero tal vez lo más preocupante lata dentro, muy dentro de
nuestros corazones. Algo en nuestro interior se lamenta, como una Banshee que
llorase con antelación la muerte de un ser querido.
Escuché en la calle los comentarios de los adolescentes,
casi decepcionados. Era un extraño amasijo entre las películas de Hollywood y
la ignorancia de quien lo tiene todo resuelto. Sin embargo, algo en sus
palabras me hizo reflexionar, detenerme ante ese umbral en el cual no se repara . Cada afirmación,
cada duda, cada paso, estaban cubiertos de una negra y cruel desesperanza. Tal
vez soñar un cataclismo nos alejaba de otro, más real y mezquino. Tal vez
resultaba más amable pensar en el fin
que continuar con esta agonía diaria.
Hoy es el día después. Ha transcurrido un año, como un
tornado, arrancándolo todo a su paso. Engullimos las doce uvas con cara de póker,
deseando pasar el rato lo mejor posible, anestesiados por los programas
televisivos enlatados y el supuesto ambiente festivo. ¡Vaya por Dios! Ahora
toca lo difícil: sobrevivir.
Las colas para los comedores sociales son cada vez más
largas. Doy fe de ello porque puedo observarlas por la ventana desde la que
os escribo. El pequeño comercio se desvanece en la nada. Los trabajadores
públicos de “a pie” retroceden veintitantos años en derechos mientras ven
pulular por los pasillos personajillos indecentes cuyo trabajo consiste en
lucir palmito y cobrar, al menos, diez veces más. Los sectores productivos de
calidad se hunden ante el indolente avance de las mafias financieras con cabeza
de chino, con cabeza de ruso, con cabeza de ONG. La macroeconomía, que es un
pecado capital además de una palabrota,
empala a las marionetas que nos gobiernan para que bailen, y por extensión,
todos bailemos, al son que se le antoja...caos y más caos, como al principio de
los tiempos.
El colmo de todo este despropósito consiste en escuchar el
discurso del augusto monarca dando consejos y moralina preconstitucional,
atizando el fuego de la unidad nacional, la familia y el “esfuerzo” y
“sacrificio” ( que junto con “crecimiento” forman el trío de palabras de moda)
con un estilismo entre futurólogo de línea 906 y tomadura de pelo.
¡Que se lo cuenten a nuestras madres, padres y abuelos!
Ellos vivieron la Guerra Civil ,
la Posguerra ,
sufrieron el paro, el recorte de derechos, lucharon por recuperarlos,
levantaron la economía nacional con
muchas privaciones y, para colmo, son los jubilados que mantienen familias
enteras, a saber, hijos, nietos y demás. Ahora ya no les interesan. Son
medicamentos que dispensar, prestaciones sanitarias que cubrir y pensiones que
abonar. No se trata de individuos de impecable traje que roban millones
respaldados el la obra social de una fundación falsa. Antes les llamábamos
ladrones de guante blanco, pero nunca han dejado de ser sinvergüenzas.
El panorama al que nos asomamos mete más miedo que todas las
películas apocalípticas juntas. Seamos valientes y mantengamos nuestros
sentidos alerta porque, si esto es solamente el principio del fin...¿que nos
quedará?