Ayer me regalaron un libro. Es
una edición de homenaje popular del Romancero Gitano publicada
en el año 1937 y prologada por Alberti. Sentí un escalofrío. El
ejemplar había estado durmiendo setenta y tantos años en los
estantes de una vieja librería sin que nadie abriese sus páginas.
Conservación impecable, como recién salido de las imprentas
catalanas de la Guerra Civil. Inconfundible pátina. Olor a tinta y
celulosa envejecidas. Una joya.
Lo curioso es que las palabras de los
poetas de entonces serían tachadas de revolucionarias y radicales si
las aplicásemos a ciertas situaciones actuales, si pudiéramos
escribir con el mismo coraje y la misma alma, con el mismo valor y
similar contundencia. ¡Qué pena! Desconozco si el país ha perdido
muchas oportunidades o las oportunidades han dejado tirado a este
país. Pero, tal vez, esa sea otra historia y deba ser narrada en
diferente ocasión.
Con el libro llegó un regalo,
más sutil e inesperado. Piezas de un puzzle perdidas hace años,
recuerdos extinguidos en el fragor de las batallas de la vida.
Granada. El calor de septiembre en el Generalife. Paseos nocturnos
por las orillas del Darro. El sol asomando a mis espaldas tras las
rojizas colinas de tierra. El sabor y el aroma.
Fueron unos segundos, el mágico tiempo
suficiente para revivir sentimientos y sensaciones...En viejos
álbumes guardaba fotografías realizadas con mi primera réflex
analógica, pero no es lo mismo observar una imagen estática a la
que los ojos se van acostumbrando que recuperar el sentido de la
plena experiencia con todos sus matices. Ahora lo sé. Ahora me
reconozco caminando entre decenas de japoneses asidos con fervor
sobrehumano a sus cámaras. Bebiendo el agua directamente de la
botella sin respirar. Sintiendo el rugir de la tormenta en la lejana
sierra. Abotonando la falda que se empeñaba en dejarme las rodillas
al aire. Releyendo poemas de Federico.
En ocasiones desvarío, cada vez más a
menudo, pensando que lo que no recordamos, que lo que hemos callado,
en realidad, nunca ha sucedido. Se lo lleva el olvido, con las mareas
del tiempo, hasta islas desiertas y allí muere de soledad.
Otras veces echo mano de una
extravagante teoría de posibilidades infinitas, y creo que en algún
lugar continuamos viviendo la vida que se interrumpió, la que cambió
su rumbo, la que nunca halló su ocasión. El algún lugar del
espacio-tiempo no he perdido a las personas que amo y todavía sonrío
con los ojos abiertos a un mundo menos gris. En ese mundo tenemos
otros hijos y somos lo que queríamos haber sido antes de que el
viento arrastrase las naves hacia desconocidas costas. Caminamos por
las calles de otras ciudades, continuamos persiguiendo el rayo verde,
reímos y lloramos al lado de otros amigos, nos vestimos de colores
diferentes y soñamos que tal vez nuestro camino podría haber sido
distinto.
En ese lugar, bajo un sol radiante,
junto a las Torres Bermejas de la Alhambra, un Lorca centenario
me recita los poemas que jamás escribió y relata anécdotas de una
España menos cruel y más humana.