La pasada mañana me despertó el canto
de un pájaro en el jardín trasero. Me gusta preparar despacito el
café y salir al exterior en pijama, con el pelo revuelto, para
escuchar el murmullo del río. Debería prohibirse comenzar el día
de otro modo. Era miércoles.
Curiosamente, los Miércoles de Ceniza
me saben siempre a promesas, a tiempo robado, a nuevos comienzos.
Traen aromas a té verde y a hierba recién cortada, zumbidos en el
aire, que, aunque fresco todavía, va dejando paso a la primavera.
Por fin hay luz al final del túnel. La
oscuridad va cediendo dentro y fuera de nosotros.
Hubo un tiempo en que los recuerdos
tenían nombre y fecha. Hoy conservo una orgía de números y
ocasiones carentes de significado, como si, después de rasgar el
exquisito envoltorio de un regalo, encontrases una caja vacía. El
tiempo y las circunstancias van haciendo mella en los archivos del
sistema, pero, en ocasiones, brillan pequeñas chispas en las que
volvemos a encontrarnos.
Ojalá la vida os haya tratado bien.
Ojalá no sea necesario más que la placidez de un día despejado
para revivir. Ojalá podáis compartir conmigo la certeza de que, como
suena en mi pequeño equipo de música, lo contrario de vivir es
no arriesgarse.