Hilo de Tanza es, ante todo, un modo de ser, de sentir y de vivir. Aquí tienen cabida la pesca de altura y la de bajura: los deseos, las opiniones, las críticas y los sueños de quienes no hallamos un mejor modo de darlos a conocer. Quizá encuentres tu lugar en este océano de voces.

jueves, 30 de julio de 2015

JARDÍN SECRETO








MUACS, MUACS. Otro par de insípidos besos en ambos perfiles, con sabor a maquillaje, a aftershave o a barba de tres días; con olor a langostino, a tapa de bar cutre, a tabaco, a imitación de perfume caro...Baile y cortejo de socialización bien entendida, de exquisita educación que ofrece sus mejillas, con refinada delicadeza, al amago del beso imperceptible, al vago asomo de un tembloroso labio que susurra la intención de ser breve e impreciso, acaso solamente una insinuación de lo que podría haber sido y no fue. Un saludo. Una presentación. Un gesto de cortés hipocresía.

No me gustan este tipo de besos. No entiendo su puesta en escena , ni su forma, ni  su cometido. Son una suerte de escuálidos esqueletos del afecto, destinados, como Sísifo, a ir y venir eternamente sin propósito claro, salvo el de introducirte en un círculo vital, en una conversación entre desconocidos, que, por arte de magia, dejan de serlo. ¿Y qué decir de los tan célebres besuqueos del reencuentro? Aun con dolor de tripas, te ves obligado a sonreír y acercar los mofletes. No te atrevas a desafiar la autoridad de lo socialmente correcto si no deseas pasar, en un suspiro, a la ruda orilla de los  amotinados antisistema, raros, y demás calaña.

Insisto. No es que no me gusten los besos, me refiero únicamente a ese concreto tipo. Pobrecitos ellos, los de verdad. Los hemos desvirtuado hasta convertirlos en una mueca deformada, en una fea artimaña para romper el hielo, en un paisaje de dientes y frases sin alma.
Yo no beso, doy la mano, siempre y cuando no la tenga sucia u ocupada. A veces la izquierda y, a veces, la derecha, por eso que dicen de la lateralidad cruzada, pero sin malas intenciones, que, después de todo, es lo que cuenta. Las muestras afectivas las reservo para la intimidad, allí donde tienen pleno sentido y menos barreras. Beso a mi perro, con toda el alma, porque sabe que lo quiero como él a mi, sin condiciones. Beso a mis seres queridos con besos únicos, enormes, ruidosos, atemporales. Lo hago cuando lo deseo, cuando me da la gana, cuando lo necesito o cuando lo necesitan, no cada vez que me los encuentro en la calle o  les hago una visita. Abrazo, largamente, a todos los que anhelo mantener cerca de mi corazón, porque hay pocas cosas que digan tanto como un abrazo, pocas cosas tan certeras, eficaces, expresivas.
En un abrazo eterno, de esos que pocas veces me regala la vida, puede comprenderse lo incomprensible, rozarse las almas, hablar cara a cara los sentimientos, desprovistos de palabras y espejismos. En un beso de verdad fluye energía, se acortan las distancias, respira el ser auténtico que llevamos dentro. Cuando es así, todo cobra sentido.
Recuerdo besos y abrazos irrepetibles, vestidos de islas brumosas, de espera en hospitales, de reencuentros imposibles en el umbral de la cocina, de regresos al hogar. Tal vez haya olvidado otros, que pasean en silencio por el País de los Momentos Perdidos.


Ahora es vuestro turno, queridos seres complacientes con el mundo y con las circunstancias. Haced y disponed lo que tengáis a bien, sea cual sea el olor o el tacto. Respetad las reglas con todas sus variantes y a conveniencia, como quien pide unas tapas en el chiringuito de la esquina. Sin embargo, no me califiquéis como rebelde. No os atrincheréis tras los modales con fingidas sonrisas que ocultan podredumbre y desafíos. Mi mundo es sencillo y directo. Si saludo, tiendo mi mano, pero el jardín secreto requiere pasaporte.