Me he despertado nuevamente y es
uno de marzo, Miércoles de Ceniza, para más señas. Otra vez estoy revuelta y
dolorida, con tanta angustia por centímetro cuadrado que me cuesta respirar.
Busco excusas con las que adormecer mi pensamiento para volar libre y
despreocupada bajo cualquier sol complaciente. Me basta con girar la cabeza, un
solo instante, para darme cuenta de que la vida ha hecho conmigo un extraño
amasijo de sombras oxidadas y palabras malditas. Cada vez que intento huir, regreso
inexorablemente al mismo punto, al mismo día, a la misma hora.
Creo que a estas alturas ya no
creo en exorcismos. Ojalá bastase un consejo, una caricia en mi espalda, el
aroma de té verde, la intensidad del renacer primaveral o el rugir de la tormenta,
para sacudirme de encima la sensación de que todo puede empeorar. Pero han
pasado demasiados años y el cristal de mis ojos se ha vuelto turbio y
desmedido. Declinan los sueños, resbalando sobre un patio húmedo, desplomados
sobre la hierba, arrastrados por las corrientes en La Lanzada.
Alguien susurra que mañana será
otro día, complaciéndose en la certidumbre de que nada continuará inamovible.
Puede ser, no lo niego.Tal vez tarde unos años en regresar a este punto exacto,
con exacta sensación de desasosiego, con exacta añoranza y exacta ira, con
exacta desesperanza y exacto apego a todo lo imposible.
Esta mañana, entre las páginas de
un libro muy antiguo, me encontré un billete de autobús casi ilegible. La
lluvia lo había desteñido, pero en el lateral se leía claramente : 01 del 03. En
su reverso, hace un millón de años, garabateé estas palabras: ” Asco de día.
Espero que los siguientes sean mejores”…