Soplaba un viento cálido y seco que hacía remolinos de arena bailando frenéticamente sobre el pavimento y las escalinatas de San Giovanni in Laterano.
La tormenta estaba cerca. Se presentía su presencia en el cielo malva sobre el Quirinale y el intenso aroma de la naturaleza. Mi vida daba un vuelco. Mi alma se enamoraba de Roma.
El viento soplaba, salobre y salvaje, sobre La Lanzada. Se abrían claros entre las nubes tormentosas y los rayos de sol aprovechaban la ocasión para pintar de ocre el paisaje. El horizonte, húmedo y gris, se enamoraba de Turner. Mi vida daba un vuelco.
Me dejé arrastrar por un instinto extraño, antiguo como el mundo. Respiré hondo, mientras el viento de la tarde me llevaba de la mano por las calles. Hacía calor y comenzaba a caer una lluvia gruesa y desganada sobre la llana lentitud de la ciudad. Sonreí desde la raíz, con los ojos abiertos y relampagueantes, estirándome hacia la luz como un árbol sediento. Nació en mis venas una savia distinta. Tú debes haberlo sentido. Es posible que mi vida dé un vuelco.