Hilo de Tanza es, ante todo, un modo de ser, de sentir y de vivir. Aquí tienen cabida la pesca de altura y la de bajura: los deseos, las opiniones, las críticas y los sueños de quienes no hallamos un mejor modo de darlos a conocer. Quizá encuentres tu lugar en este océano de voces.

domingo, 13 de octubre de 2019

VACACIONES EN ROMA

                               Resultado de imagen de fontana di trevi

Por fin regreso a Roma.
Conducida entre callejas por el incesante tumulto, la vista se abre, repentinamente, a la blanca amplitud de un espacio diáfano: Trevi.
Cientos de turistas, posados como estorninos en las bancadas que rodean la fuente, se afanan en devorar las pizzas al taglio de factoría barata, los bocadillos embalsamados de mozzarella insípida, y toda suerte de despropósitos en forma de gelato industrial a 10 euros la pieza.
Pienso, con la sobriedad cafetera de la mañana, que hay algo que se me escapa, que mis recuerdos no concuerdan ni con el aquí ni con el ahora.
Los restaurantes del entorno, adquiridos en plena crisis por compradores internacionales, hacen alarde de supuestas especialidades italianas vestidas de curry, tabasco, salsa de soja o gusto barbacoa. La pasta mal cocida y peor aliñada de un menú turístico de hace unos cuantos años, ha desembocado en un extraño ágape de sabor indescriptible, escaso y dispuesto a cargarse la mitad del crédito de tu tarjeta en un abrir y cerrar de ojos.
Me echo a temblar como una niña a la que hubieran ensuciado el vestido del domingo. Intento apoderarme, cámara en ristre, de la clara luz que destilan las esculturas de la fontana…en vano, porque una horda de tribus alienígenas, lideradas por grupos infinitos de coreanos y centroeuropeos descamisados, se interpone en mi camino. Busco mis dotes de estratega y espero, mansamente, a que rematen sus sesiones fotográficas, a que dejen libre un mínimo hueco por el que asomar el objetivo. Nada. Han invadido el espacio y piensan quedarse allí, retransmitiendo en directo vía whatsapp o skype, la fotonovela de sus vidas, intentando ser protagonistas de una película que nunca se filmó, de la última entrega de un sinfín de posados absurdos. No han abierto los ojos a las maravillas que los rodean. Lo que es peor, tampoco les importa.
Una pareja lleva más de media hora autosacándose fotos con el chirimbolo endemoniado, alias móvil. Finalidad incierta. El álbum de sus vacaciones en fascículos para perfectos desconocidos, usuarios de Instagram o Facebook. Suspiro. Me armo de valor y les meto un empujón. Protestan. Me hago la sorda y les miro hoscamente. Enfoco, con mimo, el grupo escultórico de Trevi. Acaricio sus formas buscando un encuadre en el que desaparezcan todas esas horribles cabezas. Apoyo los pies en la barandilla y disparo antes de que nadie se percate. Ya es mía. Luego me paro un rato para ver, escuchar, percibir, sentir, disfrutar… un espectáculo vulgarizado por indignos visitantes, por obscenos espectadores de redes sociales con los pies sucios y las axilas sudorosas.
Al rato, me siento repleta de gloria. Inclino mi cabeza, a modo de despedida, por respeto al arte, y brindo con acqua gassata. Tras unos minutos dejo paso a los demás, porque me han educado bien y, para asombro de algunos, no ha sido en Finlandia.