Plas, plas, plas…carrerillas escaleras arriba, escaleras
abajo, café en los pasillos, botas de siete leguas a velocidades supersónicas
en busca de protagonismo. No lo entiendo. Peor aún, no puede ser sano tanto
vaivén ni tanto desvarío. No leen, no piensan, solamente van de un lado a otro
como pollos sin cabeza. Después nos lamentamos de que exista una inusual abundancia de alumnado
hiperactivo.
Tenemos esta casa nuestra de la enseñanza patas arriba.
Cualquier desaguisado se convierte en proyecto, cualquier ocurrencia en ley o
profecía. Eso sí, los falsos mesías abundan por doquier. Es como si nuestro
cálido hogar se hubiese transformado en un nido de hormigas argentinas,
pequeñas pero matonas, que se amparan en el número y el sigilo de sus diminutas
patitas para digerir a un paquidermo con fruición en una única jornada.
Plas, plas, plas…. Algunos ejemplares de mal llamado “sapiens”
se amparan en palabras grandilocuentes para llevar a cabo cualquier chuminada y
sentirse como si hubiesen realizado toda una hazaña. Pobres infantes, víctimas inconscientes de una locura ampliamente documentada y volcada en las redes casi sin digerir. En
esto se está convirtiendo la educación, en un lastimero decorado de cartón
piedra que oculta la incompetencia y las ansias de poder de cuatro pobres
diablos.
Por este camino no. Por otros quizá tampoco, pero por este
seguro que no. Sé que me clavarán puñales por la espalda (a eso ya estoy
acostumbrada) por escupir cuatro verdades. Sé que me hincarán sus colmillos
envenenados y murmurarán por las esquinas. Pero no hay nada que hacer, lo
siento. A estas alturas, como el glorioso Pontevedra CF de hace unas décadas,
proclamo a los cuatros vientos que no queda otra, “hai que roelo” y punto.