Hilo de Tanza es, ante todo, un modo de ser, de sentir y de vivir. Aquí tienen cabida la pesca de altura y la de bajura: los deseos, las opiniones, las críticas y los sueños de quienes no hallamos un mejor modo de darlos a conocer. Quizá encuentres tu lugar en este océano de voces.

miércoles, 18 de abril de 2012

MOGAMBO


Quizás me soliviante  mucho el hecho de la caza de elefantes porque de niña tuve un peluche de larga trompa que se llamaba Juanito. Mi trauma fue descubrir, cuando se deterioró por el uso, que en lugar de estar hecho de carne y hueso se encontraba relleno de serrín. Lloré durante tres días. Después crecí.

El caso es que tal vez deberíamos asomarnos a la realidad con menos infantilismo y reclamar nuestro lugar en el mundo. Reclamar no es derribar, es saltar por encima de lo que no necesitamos. Hagamos esa reflexión,  dejemos de engañar y de engañarnos.



Si hay algo que se encuentra en verdadera crisis es la autoridad moral de todos aquellos a los que, indiscutiblemente, se les presupone. Esto va a ser como el cuento del oro del moro. Resultará  que nos han colado barbaridades vestidas de trajes de gala. No hay más que mirar, aunque sea de reojo, hacia la monarquía.

Vamos a despejar el camino de sorprendidos, boquiabiertos, ojiplanos, temblipiernas... ¿Qué diferencia existe entre Dictadores, Jeques, Gadafis, Caudillos, Repúblicas Bananeras y sujetos que lo mismo cazan elefantes que dan discursos de Navidad serísimos y con rostro de circunstancias mientras piden austeridad? Ah, claro, resulta que la caza mayor de un animal en peligro está permitida en algunos países africanos siempre y cuando se paguen cantidades sustanciosas. Es elitista. Es exclusiva. Pero es legal...¡Basta, callemos, ha llegado Santa Legalidad!, la misma que permite que en Asia se vendan niñas al mejor postor o que se lapiden mujeres, o que se dejen morir de hambre a miles de personas. Podemos estar tranquilos.

Aquí nos hemos enterado del pastel  porque ha habido una literal metedura de pata, pero nadie sabe cuántos de estos postres  se han comido y vomitado con anterioridad.

Tocaba disculparse. En ello va el pan del mañana, príncipes y princesitas de impecables vestidos rellenando las páginas de la prensa rosa para que las amas de casa, que copagan los medicamentos de sus hijos y de sus padres, babeen de gusto. Es un país a medida de pillos y maleantes. Todo esto terminará, como siempre, en agua de borrajas, o... ¿es que no sabemos que aquí todo se perdona cuando uno es muy campechano?




domingo, 11 de marzo de 2012

CARRERA INÚTIL


          
La vida se está convirtiendo en una carrera inútil hacia ninguna parte. Con demasiada frecuencia, la ansiedad nos gana en fondo, velocidad, obstáculos y relevos. Pero seguimos compitiendo, aunque desconozcamos si el premio valdrá o no la pena, o tal vez si existirá recompensa alguna. Es un modo de existir, o más bien quizá, de entretener un paso por este mundo que, a todas luces, resulta cada día más difícil.

La teoría es que el exceso de movimiento genera una especie de anestesia que facilita la deglución de  la píldora cotidiana, esa que, por lo general, no está  exenta de cierto regustillo amargo. Llamémosle como cada uno desee: rutinas para romper la rutina bajo el epígrafe de viajecillos y escapadas de fin de semana, clases de  formación con las comillas del tengo que salir de casa o me da un patatús, cuidar de uno mismo en gimnasios, peluquerías y tiendas de moda que esconden la necesidad de llenar  un vacío interior más que preocupante.

Pero ahí vamos, caminando por nuestro pequeño pueblo disfrazados de ejecutivos de Wall Street, sin detenernos a pensar qué diablos perseguimos. Vaya que nos hemos vuelto retorcidos.

Pero un día cualquiera, sin preaviso, surge un problema. Tal vez consista en un pequeño síntoma al que, hasta el momento, no hemos prestado atención  o tal vez en una verdadera catarsis que hace que el suelo sobre el que nos asentamos tiemble y se derrumbe. Repentinamente, en un juego malabar sin precedentes, nos vemos abocados a enfrentarnos a situaciones graves para las que no estamos preparados. Nuestros horizontes se desdibujan. Todo aquello que simulaba tener cierta suerte de sentido se esfuma ante nuestros ojos. Nos encontramos desnudos y frágiles ante lo imprevisible. En un abrir y cerrar de ojos nos convertimos en simples seres humanos ante la vida, con mayúsculas y sin analgésicos.¿Qué importa entonces? ¿Cuáles son las prioridades? Sentimos como hemos estado desperdiciando, en una especie de sueño hipnótico, nuestro precioso tiempo, nuestras preciosas energías, nuestras ilusiones y nuestros esfuerzos. Deseamos, con vehemencia, regresar a la “normalidad”, poder volver a ver el mundo con la misma luz, despertarnos de una pesadilla. Sin embargo, todo tiene su momento, y, por mucho que lo intentemos, por mucho que nos hayamos arrepentido de nuestra arrogancia, de nuestro egoísmo o de nuestra pasividad, no suele quedar más remedio que rendirse a las evidencias. El resto del camino es arduo. Nunca volveremos a ser los mismos, aunque, con empeño, tratemos de poner parches más o menos vistosos. Habrá suerte si nos sobrevivimos con un mínimo de dignidad.

No puedo entender todavía como no somos conscientes del carpe diem que planea sobre nuestras cabezas, como nos hemos acomodado y resignado dejando pasar de largo lo relevante, lo único, lo valioso. Somos realmente torpes, me atrevería a decir que desnaturalizados. Perseguimos sombras inútiles alimentadas a la luz de las ganancias empresariales. Corremos tras falsas necesidades creadas para exprimir nuestros recursos económicos y humanos. Nos prometen felicidad virtual envasada en telefilmes y modernísimos culebrones de los que nos sentimos protagonistas, mientras, a nuestro lado, la verdadera vida se prostituye y muere de frío, de hambre, de pena.

Corramos, mientras nos queden fuerzas. Gritemos, mientras no callen nuestras voces. Amemos, mientras no se hiele nuestro corazón. Abramos los ojos, los  oídos, a todo cuanto nos rodea, aunque sea doloroso. El poder sentir, reír, llorar, compadecernos, alegrarnos, horrorizarnos, enfadarnos, es todavía nuestro privilegio. No cedamos el alma. Es nuestro último baluarte ante la barbarie.