Quizás me soliviante mucho el hecho de la caza de elefantes porque de niña tuve un peluche de larga trompa que se llamaba Juanito. Mi trauma fue descubrir, cuando se deterioró por el uso, que en lugar de estar hecho de carne y hueso se encontraba relleno de serrín. Lloré durante tres días. Después crecí.
El caso es que tal vez deberíamos asomarnos a la realidad con menos infantilismo y reclamar nuestro lugar en el mundo. Reclamar no es derribar, es saltar por encima de lo que no necesitamos. Hagamos esa reflexión, dejemos de engañar y de engañarnos.
Si hay algo que se encuentra en verdadera crisis es la autoridad moral de todos aquellos a los que, indiscutiblemente, se les presupone. Esto va a ser como el cuento del oro del moro. Resultará que nos han colado barbaridades vestidas de trajes de gala. No hay más que mirar, aunque sea de reojo, hacia la monarquía.
Vamos a despejar el camino de sorprendidos, boquiabiertos, ojiplanos, temblipiernas... ¿Qué diferencia existe entre Dictadores, Jeques, Gadafis, Caudillos, Repúblicas Bananeras y sujetos que lo mismo cazan elefantes que dan discursos de Navidad serísimos y con rostro de circunstancias mientras piden austeridad? Ah, claro, resulta que la caza mayor de un animal en peligro está permitida en algunos países africanos siempre y cuando se paguen cantidades sustanciosas. Es elitista. Es exclusiva. Pero es legal...¡Basta, callemos, ha llegado Santa Legalidad!, la misma que permite que en Asia se vendan niñas al mejor postor o que se lapiden mujeres, o que se dejen morir de hambre a miles de personas. Podemos estar tranquilos.
Aquí nos hemos enterado del pastel porque ha habido una literal metedura de pata, pero nadie sabe cuántos de estos postres se han comido y vomitado con anterioridad.
Tocaba disculparse. En ello va el pan del mañana, príncipes y princesitas de impecables vestidos rellenando las páginas de la prensa rosa para que las amas de casa, que copagan los medicamentos de sus hijos y de sus padres, babeen de gusto. Es un país a medida de pillos y maleantes. Todo esto terminará, como siempre, en agua de borrajas, o... ¿es que no sabemos que aquí todo se perdona cuando uno es muy campechano?
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