Muy pocos lo saben, pero hace un
tiempo fui niña.
La infancia carece, a mi parecer,
de esa especie de halo místico que se le presupone. Más bien está llena de
aprendizajes difíciles, de retos, de incertidumbre.
A todo esto, contaba con unos
siete u ocho años cuando ocurrió “aquello”.
Era una tarde cálida de primavera, con el aire en calma y el jardín delantero
inundado de olor a hierba. Las anteriores Navidades me había hecho consciente
de la verdadera identidad de los Reyes Magos, y, ciertamente, no me hacía ni
una pizca de gracia. Similar a quitar la sal a las comidas y pretender que todo
siguiese su curso como si tal cosa. Imposible.
Rebelde y apesarada, imaginé, por
un momento, que Ellos, los de verdad,
los que no nos regalan ni juguetes ni dulces, desde algún recóndito lugar
podrían oírme, o verme, o contestarme...¿ por qué no? Entonces susurré sus nombres y les reté. Pedí
una prueba de SU existencia.
Quizá no me
creáis, pero os aseguro que lo que sigue es estrictamente cierto. En la
apacible tarde de mayo, comenzó a soplar una repentina brisa del este, que, en
segundos, se convirtió en un verdadero vendaval colmado de perfumes intensos.
Las ráfagas agitaron la enorme mata de hiedras que cubría la balaustrada de
acceso a la casa, y, como por arte de magia, un pequeño objeto cayó de entre la
espesura rodando hasta mis pies. Era la vieja muñeca que había extraviado.
Después, todo cesó. Volvieron los trinos de
los pájaros y la serenidad. Examiné, incrédula, el juguete que tan inútilmente
había buscado y sonreí.
Hoy, muchos
años después, vuelvo a hacer una llamada. Tal vez nadie conteste, porque dicen
que los milagros suceden solamente en una ocasión. Pero no me rindo. De algún
modo sé que nuestros deseos son escuchados, y, es posible que hasta cumplidos.
Sé que no siempre obtenemos lo que anhelamos pero podemos ser obsequiados con
aquello que verdaderamente necesitamos. Sé que, en la distancia, alguien
observa y recuerda lo que verdaderamente somos, con independencia de lo que la
vida haya hecho con nosotros.
Daos prisa.
Mantened limpios vuestros zapatos y vuestras intenciones. No maltratéis a
vuestro corazón. No perdáis la fe en la sorpresa. Buscad en vuestra memoria
todo lo bueno, lo inocente, lo hermoso que os ha sido concedido. Agradeced los
regalos y, tal vez al despertar, la luz de la mañana haya alejado las sombras
dando paso a una ilusión distinta, palpitante, inesperada. Quizá recuperéis algún sueño perdido. La magia existe.
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