Hilo de Tanza es, ante todo, un modo de ser, de sentir y de vivir. Aquí tienen cabida la pesca de altura y la de bajura: los deseos, las opiniones, las críticas y los sueños de quienes no hallamos un mejor modo de darlos a conocer. Quizá encuentres tu lugar en este océano de voces.

lunes, 11 de julio de 2011

UN HOMBRE Y UN DESTINO





Tenía esa clase de inteligencia preclara que este país echó a perder entre posguerras, transformación de estructuras obsoletas, tabaco de contrabando y crisis, eso sí, muy diferente de la generada en laboratorio que ronda nuestros días.

Los suyos fueron años distintos, tachonados de pendientes imposibles, casi de montaña rusa, trabajos inestables que no tenían en cuenta la capacitación del obrero, desempleo sin subsidio y un sistema sanitario en cuyo diccionario aún no se incluían los términos depresión o estrés. Nunca fue un mundo para él.

Cometió el error de no ser complaciente con casi nada de lo que se le planteaba, y, por lo tanto, fue calificado como RARO por la mayor parte de las personas que le rodeaban. Confieso que también, en mi ignorancia, lo pensé con frecuencia, deseando que se ajustase a un patrón tal vez más convencional y menos incómodo. Pero el caso es que le importaba un rábano lo que opinaran de él: donde pongo el ojo pongo la bala. Todo un peligro discursivo dispuesto a abalanzarse sobre cualquier situación, a comprometida que resultase. Os juro que era como caminar junto a una bomba de relojería.

Sus razones tenía. No hubo tiempo suficiente de desgranarlas una a una, pero a medida que se marcan las arrugas en mi frente, voy comprendiendo mejor lo sumamente enfadado que debió sentirse con un mundo que no le hacía justicia. Aun recuerdo como bromeábamos, a escondidas, de aquellas peculiaridades, trivializando situaciones para volverlas más digestibles. Nos reíamos mucho cuando descargaba su rabia, cual enfurecida tormenta, sobre alguna localidad del Morrazo, condenándola al fuego y la ceniza, como si de sus tumbas se hubiesen levantado los piratas berberiscos o los crueles vikingos que asolaron sus costas. ¡Vaya por Dios! Lo peor es que la vida me ha enseñado que tal vez tuviese mucha razón.

Como casi siempre, los jóvenes muy jóvenes ( hoy en día diríamos los pipiolos muy, muy jóvenes) teníamos un gran trecho por delante, y aquel hombre con tantos kilómetros en el cuerpo y tanta experiencia en las manos , nos sacaba veinte pueblos de ventaja. O tal vez más, porque no es lo mismo hacer kilómetros parafraseando la Guía del Trotamundos que marcarlos a fuerza de obligaciones o de trabajo, con la mente abierta a nuevas experiencias, con valentía y aplomo. Se ganó con creces su autoridad. Se dejó la piel en el camino y la saliva dando consejos o pronunciando sentencias que muchos lamentaron no haber seguido. No fue un lechuguino inútil, un niño consentido con cara de cuartilla que se cree listo, uno de esos tipos que se las da de  sobrao” en todos los foros, un pedante integral con maneras humildes que tanto abundan hoy en día. Era un tipo realmente inteligente, con una mente prodigiosa, capaz de reproducir con la gubia hasta el más mínimo detalle de una silla de comedor o de mantener la sangre fría al mando de las máquinas de un barco que se va a pique en  Costa da Morte. Era capaz de disfrutar, con pulcrísima moderación, de las cualidades de un buen vino y de sudar (literalmente) la camiseta a lo largo de una jornada de agosto trabajando bajo un sol de justicia. Nunca se le dio por escribir un libro con sus memorias que, sin duda, hubiera sido un Best Seller en el que se basaría algún guión cinematográfico.



Ya no quedan hombres así, tan entregados, tan honestos y tan grandes. Hoy tenemos presidentes, alcaldes, diputados... mediocres, con suerte, buscavidas, en la mayor parte de los casos. La verdadera inteligencia está, no sé si perdida o escondida bajo una densa capa de polvo que emana de las bocas que rezan a Santa Economía día y noche. Las mentes abiertas no son rentables. En realidad no lo han sido nunca.

Este hombre, tan rarito, tan extravagante, motivo de nuestras bromas y nuestra desesperación, con palabras que se convertían en un campo minado y ojos que recordaban al Mar de los Sargazos, dejó este mundo con más sinsabores que momentos de gloria, esperando una cirugía cardiaca que nunca llegó. Después de estar cotizando toda su vida a la Seguridad Social y de ofrecer múltiples servicios a su país recibió como pago una larga lista de espera y dificultades para hacer valer sus derechos a ser intervenido por los mismos profesionales que habían diagnosticado su dolencia años atrás. No hubo despedidas.

Hoy en día me planteo que hubiera opinado de los momentos que vivimos, si bien es cierto que pronosticaba un futuro donde los psiquiatras serían la profesión estrella. Me imagino que se hubiera echado a reír, cuando en medio de mi crispación resolví que lo mejor era incendiar cierta villa del Morrazo. Supongo que se relamería de gusto al comprobar que escupo fuego como el dragón de San Jorge cuando me pisan un callo... No creo que le gustase el mundo en que nos ha tocado vivir pero el suyo tampoco fue sencillo. Son hechos en los que no cabe elección. Eligio sabía mucho de eso, y de más cosas todavía.

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