Hilo de Tanza es, ante todo, un modo de ser, de sentir y de vivir. Aquí tienen cabida la pesca de altura y la de bajura: los deseos, las opiniones, las críticas y los sueños de quienes no hallamos un mejor modo de darlos a conocer. Quizá encuentres tu lugar en este océano de voces.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

AY,QUIÉN MANEJA MI BARCA...



Definitivamente soy incorregible. Llevo largos años jurando y perjurando, con el infierno como testigo, no volver a meterme allí donde no me llaman...Sin embargo,  cuando media un asunto que clama justicia a voces, olvido mis promesas aderezadas con fracasos y decepciones y me lanzo a la aventura. También es cierto que, recién terminado el bachillerato, alguien opinó que lo mío era dedicarme al socorrismo, las urgencias médicas o los deportes de riesgo. Por algún misterioso motivo,finalmente aterricé en la enseñanza, ignorando, incauta de mí, que resultaría la opción más peligrosa.

Sin ir más lejos, el último episodio del thriller  “Las tripas de los Centros Educativos” me ha dejado sin aliento. Sitúese el lector:

“Noche de tormenta, inmensas olas zarandean una nave que casi pierde el rumbo en el vendaval. Los mástiles crujen y las velas se rasgan. En la oscuridad, veo como uno de los marineros, emboscado en las sombras,  empuja por babor al más veterano de los miembros de la tripulación. De inmediato, doy la voz de alarma y, sin dudarlo, me lanzo al agua al rescate, carente de salvavidas o de un cabo al que asirme. En medio de montañas de agua, ayudo al compañero a volver a cubierta , a recuperar el aliento y a secar su ropa. Cuando el capitán se dirige a mi tras el incidente, se resiste a creer la versión íntegra de los hechos, exculpando a cualquier ocupante del navío y aludiendo al mal estado de la mar y la oscuridad reinante. Tal vez teme un motín, o tal vez  intenta ocultar que no se encontraba, como su obligación requería en semejantes circunstancias, en el puente de mando. El caso es que yo me gano la gratitud del tripulante accidentado, la desconfianza de algunos y el sarcasmo de otros. El capitán juega a caballo ganador, siempre y cuando, otra noche de tormenta, no tenga la osadía de pasear por cubierta sin las consabidas precauciones. Porque un traidor es un traidor y tarde o temprano lo intentará de nuevo. Pero un capitán negligente e irresponsable tiene tanta o más culpa cuando, estando al tanto de lo ocurrido, lo disculpa para evitar situaciones incómodas.”

Ya he dicho que no tengo remedio, que en cuanto suenan las apocalípticas trompetas que aluden a la profesionalidad, el sentido común, la veracidad o el compañerismo más sano, salto sobre mi caballo bayo dispuesta a hacer justicia, sin pensar en nada más. Quizá el problema no sea mío, y el mundo y sus capitanes (o sus jefecillos sin más) no estén dispuestos a ceder ni un gramo al altruismo y a la honradez  por el simple hecho de que causan problemas. Resulta más amable, y también bastante más mezquino, dejar que el río fluya. Así van las cosas.

Por lo pronto, la próxima vez que arrecie el temporal, y mientras viaje en el mismo barco, pienso refugiarme a salvo de ráfagas y sibilinas intenciones, adormecerme y vegetar junto a los candiles. No me apetece, por decirlo de algún modo, protagonizar la próxima entrega de un  thriller que ya empieza a resultar demasiado previsible.

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