El quinto jinete galopó hacia el oeste. Su aliento, frío y
pútrido, olía a pólvora y a especias, a té y a petróleo. Bajo su sombra cayeron
las almas inocentes de aquellos que esperaban ver alzarse el sol de otro sábado
amable. No hubo después, solamente un ahora ahogado en preguntas angustiosas,
el resplandor, el estruendo, el vacío.
El noveno ángel rompió su sello. Sobre la tierra estéril
llovió fuego. Cayeron inertes mil almas. Pequeñas manos, blancas manos, blancos
velos entre los encalados muros. Nuevamente el resplandor, el estruendo y el
vacío.
Jaque mate. El tablero del mundo gira. Los peones cobran
nuevas posiciones. El jinete toma su caballo. La reina viste alas de ángel
caído. Apenas tiemblan sus gestos. Silencio cómplice, penumbra y planos de un prohibido
paraiso.
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