Hay días en los que me siento
especialmente estúpida. Eso no significa que el resto del tiempo no lo sea,
pero, como en todo, existen momentos especiales y únicos.
El tiempo nos va cambiando. Irremisiblemente. Nos ha convertido en
los hombres o mujeres que somos, con todos nuestros problemas, con todos
nuestros éxitos y con todos nuestros eufemismos (que siempre llevan “f”, como defecar o fallecer...). No nos parecemos demasiado a los cachorros de ojos
redondos y brillantes que un día fuimos. Dicen que es ley de vida.
Dejamos atrás, como los trenes,
distintas estaciones. Olvidamos o fingimos olvidar. Pasamos de largo ante la
efigie de nuestros dioses de barro. Continuamos, con rumbo incierto, nuestro
pedregoso camino.
Es un poco más adelante cuando
aparecen las dudas. ¿Qué hubiera sucedido si, en su momento,
hubiera tomado otra decisión? ¿Qué habrá sido de aquellos que compartieron
conmigo una etapa, un peldaño de existencia? ¿A dónde han ido las ideas que
acariciaban?¿En qué lugar, de qué modo, en qué situación se hallarán?...Lo
que hemos vivido, lo que nos ha acompañado, no son más que fragmentos de
nuestra propia historia, piezas del
puzzle que es necesario encajar para recomponernos a nosotros mismos.
Y, sin embargo, la cuestión no
resulta tan sencilla: ese mismo tiempo que nos construye, nos vuelve COBARDES. Cuesta mucho levantar el teléfono
y preguntar por alguien abiertamente, con nombre y apellidos, en primerísima
persona. Tememos encontrar ambigüedades, o, lo que es peor, la indiferencia, la
frialdad o el vacío. Tememos aventurarnos en una empresa sin propósito fijo,
salvo el de salvarnos o el de salvar un pequeño mundo que tal vez alguien haya ya
enterrado. Tememos abrir la Caja de Pandora, sabiendo
que, quizás, solamente atesora una remota esperanza.
Por eso la organización de
fiestas y de encuentros se aplaza eternamente, junto con los cafés pendientes o
las felicitaciones. Por eso nos aterroriza hacer ver a alguien que todavía nos
importa. Por eso huimos poniendo cientos de excusas que nos hacen parecer más
adultos y ocupados. Es una lástima que no seamos más VALIENTES y que dejemos pasar ante nuestros ojos oportunidades
preciosas.
Hay, en efecto, días en los que
me siento estúpida. No es nada, un simple
SMS que fulmina la intención, mil veces prometida, de reunirnos un día
cualquiera. Porque ya no es posible hacerlo todos juntos. Porque algunos han
cruzado a la otra orilla y es demasiado tarde.
No quiero ser COBARDE. No quiero que nadie lo sea
conmigo. No quiero que me pille el toro con las cosas a medio resolver. Aunque
suene mucho a Carpe Diem deslabazado
y febril, la Caja de
Pandora, como cualquier caja, ha sido creada para poder abrirse y cerrarse
las veces necesarias.
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